En una calurosa mañana de julio en las montañas Allegheny, 15 voluntarios están ocupados cortando pepinos, lavando manzanas, preparando, envolviendo y contando bocadillos, una labor de amor que solo se completa cuando se han entregado 200 almuerzos saludables a los niños de la comunidad.
Pero incluso entonces, el trabajo no ha terminado. A la mañana siguiente volverán a empezar. Y al día siguiente, otra vez. Una y otra vez, cada día de la semana, los voluntarios prepararán almuerzos hasta que empiecen de nuevo las clases.
Charlan y se ríen mientras trabajan, pero saben bien lo importante que es lo que están haciendo, la razón por la que lo hacen y para quién lo hacen.
“Hay una gran necesidad”, decía una mujer en voz baja, mientras untaba mantequilla de cacahuete en el pan. “Las familias necesitan ayuda. Hay que alimentar a los niños”.
Programa Almuerzo en Caja de los Leones
Hace siete años, la León Susan Munck, que dirige la misión de su iglesia, decidió ayudar a estas familias y para ello empezó el programa Summer Lunch Box en Frostburg, Maryland, un pueblo al sur de Pittsburgh, EE.UU. En poco tiempo, el apoyo de los Leones de Frostburg y del cercano Club de Leones de Mount Savage Mason-Dixon hizo que el esfuerzo de la iglesia se convirtiera en un proyecto de los Leones.
“Muchas familias lo necesitan”, decía Bill Munck, que lleva 35 años casado con Susan y es presidente del Club de Leones de Frostburg. “Hay mucha gente sin trabajo. Hay pobreza. Solo hay que saber dónde mirar”.
Más de la mitad de los niños matriculados en las escuelas públicas del condado de Allegheny reciben almuerzos gratuitos y de precio reducido a través del Programa Nacional de Almuerzos Escolares. En verano, los niños se quedan sin esa nutrición tan vital. Los niños y sus padres tienen que arreglárselas como puedan, y a algunos les va mejor que a otros.
En el verano de 2013, cuando empezó el programa, se distribuyeron un total de 1.000 almuerzos. Para 2015, el número de almuerzos había llegado a 6.800, y este año casi se llegó a los 8.000. Bill Munck cree que las cifras aumentarán otro 10 por ciento el próximo año, ya que hay dificultades económicas que se ciernen sobre las bellas montañas.
Cuidar de los suyos
Frostburg, sede de la Universidad Estatal de Frostburg, es un pueblo pequeño de aproximadamente 9.000 habitantes, donde se entrecruzan el oeste de Maryland, el norte de Virginia Occidental y el sur de Pensilvania. Durante muchos años, fue un pueblo minero dedicado al carbón. Otras compañías grandes como Goodyear Tire & Rubber y Pittsburgh Plate Glass ayudaron a mantener constante el empleo, pero ambas empresas cerraron sus puertas. Luego, en junio, Luke Mill, una fábrica de papel que había empleado a varias generaciones durante 131 años, cerró y dejó sin trabajo a 675 personas.
Seiscientos setenta y cinco personas es la cifra de los habitantes de muchos pueblos pequeños de la zona, incluido el pueblo de Luke.
¿A cuántas personas más afectará esta situación? Algunos calculan que por cada puesto de trabajo que se pierde, se eliminarán tres trabajos relacionados con dicho puesto de trabajo.
Susan Munck recuerda cómo al principio dudaba que ella y su esposo, ambos jubilados, iban a poder dirigir este proyecto. En un principio pensó que iba a ser demasiado, pero cuanto más hablaba del tema con los demás, más evidente era la necesidad de hacerlo.
Sabía que la comunidad vendría en su ayuda, porque en los pueblos pequeños como Frostburg, y especialmente en Mount Savage, la gente cuida de los suyos. También le tranquilizó saber que podían contar con el club de Leones. Dieciséis Leones de Frostburg participaron en el programa este verano.
Y descubrió lo que su comunidad ya sabía: que una mujer pequeña como ella puede tener un corazón verdaderamente grande.
“Aquí está la mujer del momento”, anunciaba Sally Knotts, una de las voluntarias, dejando a un lado la ensalada que estaba preparando para dar un abrazo a Munck. “Cuando tienes a alguien como ella, alguien que da tanto, puedes hacer mucho. Lo que ves aquí es todo Bill y Susan. Hacen mucho más de lo que nosotros nunca haremos”.
Bill Munck se encoge de hombros. “Supongo que el Buen Señor quiere que lo haga”, decía más tarde. “Tres ataques cardíacos y diabetes, y todavía estoy aquí. Las familias necesitan la ayuda”.
El programa funciona como una máquina muy bien organizada gracias a Susan y Bill, que desde su nacimiento ha sido legalmente ciego, pero que se las arregla para enviar las cartas, registrar los números y preparar los gráficos. Susan hace el seguimiento de las comidas, sabe exactamente cuántos almuerzos van a cada lugar para su distribución cada día, y qué almuerzos son para niños con alergias. Aparentemente lo tiene memorizado. Y tienen una coordinadora muy fiel, la León Vicky Peterson de Frostburg, que también trabaja como voluntaria en el banco de alimentos del pueblo.
“Este es un gran ejemplo de alianzas comunitarias”, decía Bill. “Todos estos grupos tan diferentes y diversos tienen un solo objetivo, que es alimentar a los niños”.
Cómo ocurre
Los Munck empiezan el año enviando lo que ella llama “cartas de ruego”, haciendo un llamamiento a la generosidad de clubes, empresas, iglesias y asociaciones, y este año recaudaron unos 12.000 USD para financiar el programa. No reciben dinero del gobierno, y Susan no solo se mantiene firme al respecto, sino que está orgullosa de ello.
Luego, a través de las escuelas, se envían cartas a los padres de todos los niños de Frotstburg, de las áreas cercanas no incorporadas y de Mount Savage, preguntándoles si desean que su hijo reciba un almuerzo durante el verano y si tiene alergias.
Los Munck se fijan en los precios y compran comida localmente, manteniendo el dinero de la comunidad en la economía local. Cuando las escuelas están cerradas durante el verano, grupos provenientes de iglesias, clubes, escuelas y negocios programan cada uno una semana para trabajar como voluntarios. Nunca falta ayuda. Pero cada día de la semana durante las nueve semanas, los Munck y Peterson están allí para ayudar y organizarlo todo para la mañana siguiente. La León Meredith Medearis de Frostburg también viene todos los días, y se la conoce con cariño como “la dama de las verduras”.
Nunca queda comida ni trabajo que hacer para el lunes por la mañana. Los viernes, la León Sheryl Diehl de Frostburg, se lleva todas las sobras a casa para distribuirlas en un barrio de jubilados donde se puede compartir la comida.
“No desperdiciamos nada”, decía Susan. “Odio el desperdicio. Ese es mi lema”.
¿Qué hay para comer?
El almuerzo para cada niño incluye dos bocadillos, uno de mantequilla de cacahuete y mermelada, y otro de carne y queso, una manzana o plátano, papas fritas, verduras, un postre pequeño y una bebida. Dos veces a la semana incluye yogur, y una vez a la semana, una pequeña ensalada en bolsa con aderezo. Una vez completos, se cuentan los almuerzos y se colocan en hieleras que se llevan a cada uno de los siete lugares de Frostburg y Mount Savage.
En la Iglesia de la Asamblea de la Trinidad de Dios, donde ocurre todo esto, y donde Susan dice que la única respuesta del pastor a sus solicitudes siempre ha sido “claro que sí”, Emily O'Neal, estudiante de la Universidad Estatal de Frostburg, lleva las hieleras a una camioneta que hace las entregas.
“No tenía nada mejor que hacer los martes por la mañana, así que ¿por qué no?” fue su respuesta a la pregunta de “¿por qué lo hacía?” “¿Por qué sentarse en casa?” Señalando hacia Susan y Bill, Emily decía, “ellos lo entienden”.
La voluntaria Sandy Stevens, una maestra jubilada, recoge su bolso para irse a casa, pero agarra primero una hielera con 20 almuerzos y lo carga en el maletero. Antes de llegar a casa, parará durante otra hora, acomodará una silla desplegable en el estacionamiento de la iglesia metodista en Eckhart, y se sentará y esperará a que los niños del lugar caminen o vayan en bicicleta a por su almuerzo.
Les dará la bienvenida a cada uno como si se trataran de un sobrino o sobrina favorito.
“Mi esposo perdió su trabajo hace unos años, y fue entonces cuando empezamos esto”, decía Katie Everly mientras sus hijos van a ver a Stevens. “Nos ha ayudado mucho. Es maravilloso lo que ellos están haciendo”.
En Mount Savage, “ellos” son los Leones Mason-Dixon Allen y Portia Blank, que ayudan a diario a los voluntarios a repartir unos 40 almuerzos en la Iglesia Episcopal de San Jorge. No hay restaurantes de comida rápida, tiendas ni estaciones de servicio con bocadillos en su pueblo de la montaña. La gente no se muere de hambre, dice Allen Blank. Pero este programa de almuerzos quita mucha presión a los padres y ayuda a los niños a comer alimentos saludables.
“Nos gusta saber que estamos ayudando al pueblo, ayudando a los jóvenes”, decía Portia Blank, presidenta del Club de Leones de Mason-Dixon. Mientras Portia hablaba, Steven Wannamaker seguía a su hijo de 3 años, Drayke, y a su sobrino colina arriba hasta la iglesia para recoger el almuerzo.
Wannamaker comentaba de un pariente que acogió a tres niños y tiene tres hijos propios. “Tiene seis bocas que alimentar todos los días. Eso es mucho en verano”, decía. “Ayuda mucho a los padres, especialmente cuando no pueden pagar el gasto adicional de un almuerzo para los niños todos los días”.
A diario, en el banco de alimentos de Frostburg en Main Street, Vicky Peterson y el director Bob Duncan, que lleva trabajando 10 años como voluntario, ven este problema al que se enfrentan las familias al tratar de alimentar a sus hijos con comidas saludables. En 1977, cuando se abrió el primer banco de alimentos, servían a 29 familias. Para 2018, esta cifra había aumentado a 673, y Duncan está seguro de que seguirá aumentando, especialmente desde que se cerró la fábrica.
Pero no es solo el desempleo lo que hace que las personas acudan al banco de alimentos o que necesiten un almuerzo gratis o de precio reducido para sus hijos, decía Duncan. Es la salud mental, el estrés, la adicción y, con mucha frecuencia, el subempleo. La gente no gana suficiente dinero para mantener el hogar y alimentar a sus hijos. Y los alimentos asequibles no son su único problema. “Hay que hacer un gran esfuerzo para caminar hasta aquí”, comentaba. “La gente tiene mucho orgullo”.
“Yo no tengo ese problema”, decía Peterson. “No soy tan tonto como para pensar que estas cosas no me pueden ocurrir a mí y cambiarme la vida en un momento”.
En la Universidad Estatal de Frostburg, los Leones también organizaron un banco de alimentos para servir a los estudiantes, y esto incluye a los padres que intentan desarrollar sus habilidades y mejorar sus probabilidades de conseguir empleo o un trabajo mejor remunerado.
“¿Comprar un libro o comprar comida?” preguntaba el León Patrick O'Brien, director de compromiso cívico de la universidad. “Cuando estás en la escuela y tienes que comprar un libro, la comida saludable no está en la lista de las cosas en las que se gasta el dinero. Pero cuando tienes que comprar un libro y alimentar a una familia, el problema adquiere un matiz muy diferente”.
Al final del verano, preguntaron a Susan Munck si ella y Bill volverían a reunir a todas estas personas para ayudar a preparar almuerzos otra vez el próximo verano.
“Bueno”, dijo ella. “No veo razón para no hacerlo”.
Joan Cary es redactora adjunta de la revista LION.